La propuesta de una nueva normativa de infancia, que permitirá establecer un periodo de convivencia con una familia idónea antes de la adopción para evitar que pasen por un centro de acogida, apoya lo que vienen apuntando las investigaciones sobre adopción.
Las relaciones de apego entre cuidador y niño en los primeros años del desarrollo, son esenciales para el posterior desarrollo en la vida del niño y para el establecimiento de relaciones futuras. Además, la disponibilidad del cuidador, percibida por el niño, lleva a la construcción de un apego seguro. Así, Fonagy (1999) apunta que los niños con apego seguro son evaluados con mayor capacidad de resistencia, autoconfiados, orientados socialmente, empáticos con el malestar y con relaciones más profundas.
Por lo tanto, aquellas situaciones que no garanticen una adecuada relación de apego pueden conllevar un apego inseguro, entre estas se encuentran, situaciones de: 1) abandono, 2) institucionalización y 3) malos tratos. Las investigaciones (Howe, 2005; Zeanah, Smyke, y Dumitrescu, 2005; Zeanah, Smyke, Koga, Carlson, 2006) realizadas respecto a estas diferentes situaciones, corroboraron en primer lugar, que la institucionalización de los niños tenía como consecuencia, en muchas ocasiones, el desarrollo de un apego desorganizado y en segundo lugar, que los malos tratos además de afectar negativamente al niño en su desarrollo emocional, cognitivo y social, también tenían como consecuencia el desarrollo de un apego desorganizado.
Estas situaciones, en numerosas ocasiones están presentes en la historia vital de los niños adoptados, de ahí la importancia de revisar las recientes investigaciones sobre el desarrollo del apego en niños adoptados.
En primer lugar, las investigaciones centradas en los cambios que se producen en las conductas de apego tras la adopción, han aportado evidencia, en primer lugar, sobre los beneficios que la adopción implica para el desarrollo del niño. A pesar de la continuidad a lo largo del tiempo de los estilos de apego, los padres adoptivos realizan una función reparadora, pudiendo establecer nuevos estilos de apego seguros (Fraley, 2002; Juffer, Ijzendoorn, Marinus y Palacios, 2011; Reinoso y Forns, 2011; Román 2010).
En segundo lugar, algunas investigaciones concluyen que existe una mayor prevalencia de conductas de apego inseguro en muestras de niños adoptados respecto a no adoptados (Finney et al,. 2007; Van den Dries, Juffer, Van Ijzendoorn, y Bakermans-Kranenburg, 2009; Vorria, Papaligoura, Dunn, Van IJzendoorn, Steele, Kontopoulou y Sarafidou, 2003). No obstante respecto a este aspecto existe algo de controversia, ya que algunas investigaciones no encuentran diferencias significativas entre estilos de apego en niños adoptados y no adoptados (Juffer y Van Ijzendoorn, 2007; Storsbergen, Juffer, Van Son y Hart, 2010; Veríssimo y Salvaterra, 2006). Una posible interpretación de las diferencias entre estos resultados podría ser el hecho de que las investigaciones donde no existen diferencias entre niños no adoptados y adoptados, éstos fueran menores de un año.
En tercer lugar, las investigaciones ponen de manifiesto que parece existir una relación entre desarrollo de apego seguro y la edad de adopción de niños institucionalizados. Así, los niños que han pasado más tiempo institucionalizados suelen mostrar conductas de inseguridad con los padres adoptivos (Dries et al 2009; O´Connor, Rutter y Beckett, 2000).
En cuarto lugar, los estudios señalan que con frecuencia se da un apego inseguro y desorganizado en los niños adoptados, pudiendo presentarse como un apego desinhibido o sociabilidad indiscriminada, sobre todo en niños institucionalizados, cuando llegan al hogar adoptivo, o por el contrario como conductas muy retraídas y de aislamiento respecto a los demás.
Por último, las investigaciones encaminadas a explorar los cambios que se producen en las conductas de apego tras la adopción, indican que existe una relación entre apego inseguro y desorganizado y el desarrollo de patologías posteriores en el niño.